La Selectividad boca arriba (*)
Todos esperamos frente a la puertas de Magisterio. No conozco a nadie, no he podido ir al servicio y entro a empujones en una gran sala. Me he sentado en una silla dotada de un saliente para apoyar el brazo. Uno se ha quejado porque es zurdo y lo cambian de sitio. Un señor no deja de gritar y repite una y otra vez -con gran acento mallorquín-, sólo lo voy a decir una vez, no me hagan pardaladas, escriban en las hojas que les damos. Se refiere a unos pliegos de un papel muy fino, la tinta se resbala y hasta el boli parece que suda. No se oye ni una mosca, y es porque una hora antes se han pasado con el Bloom Hogar y Plantas. A mí se me oye el corazón delator, y no dejo de tararear algo así como bic naranja, bic cristal, dos escrituras a elegir. De repente - deben ser los nervios- me gotea la nariz y una mancha roja ha estallado en mi primer ejercicio. Además me noto incómodo. No he tenido más remedio que ponerme a llorar y mi madre, que huele a Heno de Pravia, me ha sacado de la cuna. Perece que riñe a mi padre, qué que hace el bebé durmiendo con un bolígrafo en la mano, que se lo ha metido en la nariz y se ha puesto perdido. Además se ha hecho caca, y el pañal siempre lo he de cambiar yo, que son las cuatro de la madrugada. Mi madre me mete un pelotazo de algodón con agua oxigenada, me cambia el paquete, me pone sábanas nuevas y yo me vuelvo a dormir. Quiero volver a soñar con esa gran sala llena de gente que no conozco. Quiero acabar ese examen de Literatura, que creo que me lo sé todo.
(*) De mi libro Dentista de cocodrilos
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